domingo, 24 de mayo de 2015

19. El nombre de la rosa

La idea de designar a las flores, plantas o frutas con nombres de personas no es nueva. La palabra manzana, por ejemplo, viene del latín mala mattiana en memoria de un tal Caius Matius, tratadista de agricultura que vivió en el s. I antes de J.C. Pero sería durante el XVIII, el de las luces, cuando este modo de bautizar la flora se tuvo como práctica corriente. Los naturalistas crearon jardines botánicos e importaron para su aclimatación plantas desconocidas en Europa, procedentes de América y Asia. Al clasificarlas, a muchas de ellas se les dieron nombres que hacían referencia a amigos o a personajes destacados. He aquí algunos ejemplos.
Del francés nos han llegado bégonia, denominación creada por el botánico Plumier (+1706) en honor de Bégon, intendente francés en Santo Domingo; buganvilla, de Bougainville, navegante galo que la trajo a Europa; y hortensia, en honor de Hortensia, esposa del célebre relojero de París Lepaute, a quien dedicó esta flor el naturalista Commerson, que la importó de la China (s. XVIII).
Pero sería Linneo (+1778), el gran naturalista sueco que puso orden y nombre a la flora mundial, el que inmortalizaría a algunos personajes célebres utilizando sus nombres para bautizar plantas y flores. Así, camelia procede del latín botánico camellia, creado por Linneo en memoria del misionero Camelli, que la trajo de Insulindia a Europa; gardenia, en honor del naturalista escocés Alexander Garden; magnolia, para honrar la memoria  de su colega Magnol, botánico francés del s. XVII; y dalia, del nombre del botánico sueco Dahl que hacia 1789 la trajo de Méjico a Europa.
En esto de poner nombre a una planta o a una fruta, se han utilizado los más diversos procedimientos. Curioso es el nombre de la famosa orquídea, llamada en griego orjidion, por los dos tubérculos elipsoidales y simétricos semejantes al orjis o testículo. El mismo étimo tiene orquitis 'inflamación, dolor, de los testículos'. Otras denominaciones son simples topónimos lexicalizados como nombres: acelga, del árabe silqa y éste del griego sikelos 'siciliano'; cereza, de la ciudad de Cerasus, en el Mar Negro, donde el general romano Lúculo, que era de buen paladar, probó los frutos de un árbol y tan buenos le parecieron que decidió llevárselos a Roma. Así penetró en Europa la cereza, con el nombre de la ciudad de donde provenía.

Termino con una sugestiva historia, digna de la más ingenua literatura hagiográfica, en la que se explica el origen del nombre de la mejorana. Cuentan que, en un caluroso atardecer de junio, buscaba la Virgen junto a su prima Ana alguna hierba con que remediar un mal repentino que aquejaba a Zacarías. El fértil suelo que rodeaba la ciudad de Nazaret, pródigo en esta época del año, hacía difícil la elección. Santa Ana se inclinaba dudosa y trabajosamente hacia una planta al tiempo que comentaba: "Esta yerba es buena, María". Pero, antes de que su prima llegara a tocar la yerbabuena, María cortaba las pequeñas flores que acaba de descubrir al tiempo que disuadía de su elección a su acompañante con estas palabras: "No, esa no; ésta mejor, Ana".

miércoles, 6 de mayo de 2015

18. De la misa, la mitad.

Después de que el último Concilio impusiera el uso de las lenguas vernáculas en los oficios religiosos, y tras unos planes de estudio que borraron del mapa la enseñanza de las lenguas clásicas, el latín, más que una lengua muerta, es una lengua rematada. Habría que entonar entre todos un contrito mea culpa. Pero no parece pertinente volver a aquel sistema de enseñanza, que en la universidad duró hasta principios del XIX, en la que se impartían todas las materias en latín; ni tampoco resulta práctico el que los fieles asistan a misa sin entender ni jota de los latines que el presbítero musita en el altar. Como recuerdo de aquellos tiempos pasados, hablaremos aquí de cómo algunas palabras latinas, de tanto oírlas, pasaron directamente al castellano.
Un ejemplo de la influencia ejercida por el latín que se oía durante la celebración de la misa lo encontramos en la palabra lavabo. Su significado literal es 'yo lavaré', primera persona del singular del futuro imperfecto de indicativo del verbo latino lavare. Es el inicio del salmo (Lavabo manus meas, 'Lavaré mis manos') pronunciado por el sacerdote al lavarse las manos tras el ofertorio, de donde el vocablo pasó a designar la toalla con que el oficiante se seca las manos, el lugar donde la dejaba y, finalmente, un lavatorio cualquiera.
De la frase latina sursum corda 'arriba los corazones', dicha por el sacerdote en la misa,  se ha formado el nombre español sursuncorda con el que se alude, sin que sepamos exactamente el porqué, a un supuesto personaje de mucha importancia. Así se dice: No lo haré aunque me lo mande el sursuncorda.
Un caso de falso latinismo es la palabra busilis, cuyo significado es de 'punto en el que estriba la dificultad de una cosa'. Procede de la frase latina in diebus illis (en aquellos días, por aquel tiempo) con la que comenzaba el sacerdote la lectura del evangelio y que siempre continuaba: dixit Iesus discipulis suis. Pues bien, de aquellas palabras in diebus illis, mal entendidas y separando in die, algún ignorante se preguntó qué podía significar lo que quedaba, el bus illis.
El desconocimiento cada vez mayor del latín clásico y una buena dosis de burla cómica propiciaron la aparición de escritos en un pseudolatín, el macarrónico, un latín caricaturesco mezclado de romance. Los dos primeros autores de Macarroneas fueron el paduano Micheli degli Odasi y el mantuano Folengo. El término parece derivado de macarrón por comparación burlesca. De este falso latín, y para significar los escrúpulos y reparos o dichos ridículamente corteses, procede la expresión tiquismiquis, formada de tichi, michi (deformación de los dativos latinos tibi, mihi, 'para ti, para mí').
El nombre del oficio litúrgico oficiado por el sacerdote, misa, deriva de la fórmula final que el oficiante dice para dar por terminada la celebración: Ite, missa est, 'marchaos, esto es la despedida'; la misa no es otra cosa que la despedida Y cura es el nombre corriente del sacerdote encargado del cuidado, instrucción y adoctrinamiento espiritual de una feligresía. Procede del nombre latino cura, cuyo significado es 'preocupación, cuidado'.

Y terminamos con el amén, que sin ser latín, pues es palabra hebrea, todo el mundo lo entiende en su significado original de 'ciertamente' o 'así sea'. De tal manera que el decir amén a todo, es aceptar sin oposición lo que alguien dice o propone.