lunes, 3 de agosto de 2015

20. Ciertos son los toros

En la lengua no todo son palabras. En el proceso de la comunicación empleamos segmentos complejos, constituidos por una secuencia de palabras repetida  de forma fija que engloba una idea. Estas expresiones reciben diversos nombres: frases hechas, giros, locuciones, modismos, fórmulas fraseológicas... Su significado final no es resultado de la suma de los significados de las palabras que lo componen. He aquí algunos ejemplos: dar la lata, de higos a brevas, de pe a pa, a troche y moche, caérsele a uno la cara de vergüenza, de buenas a primeras, meter la pata, tomar el pelo, por un tubo, tener la mosca detrás de la oreja, ser más chulo que un ocho, pasarse de castaño oscuro, y muchas más del mismo estilo. A veces, su traducción a otras lenguas es imposible; por eso se llaman también idiomatismos, es decir, propios de una lengua y reflejo de la idiosincrasia y cultura del pueblo que los ha creado.
No podemos negar que en España, y en otros países influidos por la cultura española, la lidia del toro es una manifestación social, artística y festiva que ha calado profundamente en nuestra identidad cultural y se ha reflejado en la lengua, sobre todo en el nivel coloquial donde encontramos un buen número de palabras y expresiones nacidas al socaire del mundillo del toro y de los toreros. El hecho de que cada dos por tres utilicemos estos símiles taurinos se debe, sin duda, a que para nosotros estos modismos son más expresivos que cualquier otro término de los que la lengua castellana dispone.
Así, cuando nos enfrentamos a una dificultad siempre agradeceremos que alguien nos eche un capote o que procure estar al quite. Si un día, por lo que sea, hemos trabajado más de la cuenta, al llegar a casa le diremos a la familia que estamos para el arrastre, porque una cosa es dar la cara y otra muy distinta ver los toros desde la barrera, aunque siempre habrá algún compañero al que todo le importe un cuerno y se ponga el mundo por montera.
Está demostrado que para salir airoso de un mal trance, y si se tiene vergüenza torera, lo mejor es coger el toro por los cuernos, brindar la faena y hacer las cosas sin miedo, mirando al tendido. Si nos sale una faena redonda hasta podremos salir a hombros y, si se tercia, nos sacarán por la puerta grande. Pero no todo el mundo tiene buenas intenciones ni entra por derecho, porque hay cabestros que son peores que un miura; no dan la cara, prefieren torearnos o irse dando una larga cambiada y, para redondear la faena, nos dan un sablazo para meterla hasta la bola. Más de uno puede pinchar en hueso si quiere saltarse a la torera sus obligaciones.

Pero cambiemos de tercio y demos puntilla al asunto antes de que algún presidente listillo nos dé un aviso y lo mande todo de vuelta a los corrales. Lo que interesa en algunos casos es limitarse a capear el temporal porque, si uno ve que no puede, lo mejor es cortarse la coleta y darle la alternativa a otro antes de que nos echen los mansos. Hay por ahí mucho espontáneo pidiendo una oportunidad o pensando en echarse al ruedo, porque más cornadas da el hambre y cualquiera es bueno para meterte un puyazo. Pero una cosa es el toreo de salón y otra muy distinta arrimarse al toro y verle los cuernos a la muerte. Y como uno está ya muy toreado, lo mejor es coger el olivo y hablar de las cosas a toro pasado, o como hacen muchos que se las dan de maestros: limitarse a una faena de aliño antes de que los pille el toro.