Desde la noche de los tiempos los hombres se han
sentido consternados ante un destino impredecible, preocupados por un futuro
imprevisto y, muchas veces, agobiados por el curso que pudieran tener
acontecimientos que escapasen a sus dotes de pronosticar. De ese miedo al futuro (futurus, lo que ha de ser) nace el deseo de que alguien o algo prevea (vea con antelación), pronostique (conozca antes), profetice (diga antes) o vaticine (reciba la inspiración) de qué
es lo que el destino nos depara. Pero conocer el futuro es privilegio de los
dioses. Sólo unos pocos humanos elegidos comparten ese don de la adivinación y
serán considerados adivinos, tocados
por los dioses, voces ambas formadas a partir de la raíz deus 'dios'.
Son muchas las palabras actuales que,
etimológicamente y sin que seamos conscientes de ello, guardan estrecha
relación con estas creencias que creemos superadas. La sortija o anillo, que se pone en el dedo por adorno o como señal de
compromiso, en sus orígenes fue un objeto mágico, amuleto protector, talismán
para hacer invisible, engendrar el amor, averiguar el futuro. Procede de sortílego, es decir, el que tiene la
capacidad de sortis legere, 'leer la
suerte', adivinar el futuro; sortilegio
es, pues, adivinación.
En todos los pueblos y culturas, del pasado y del
presente, detectamos la creencia supersticiosa en la posibilidad de presagiar (pre sapere 'saber con
antelación') su suerte y predecir el sino
(latín signum 'signo, señal') de cada
uno. Para ello la humanidad ha utilizado todo tipo de artes adivinatorias o
mancias. Entre los romanos, el experto en interpretar señales y obtener
presagios, augurios o agüeros era el augur,
'adivino'. Las aves, seres alados, aéreos y cercanos al cielo, eran
consideradas como mensajeras de buenas o malas venturas. De su vuelo se podían
deducir los presagios o auspicios,
palabra formada de las latinas avis y
specere 'observar las aves'. Pero con
la simple constatación de que fuera o no pájaro de mal agüero, o que si volaba
a la derecha o la izquierda, no era del todo suficiente. Había que desentrañar el mensaje; para ello se
observaban sus entrañas pues es en ellas donde las aves guardan sus secretos;
los que leían e interpretaban estas señales eran los arúspices.
De la misma raíz que augur viene inaugurar,
verbo que originariamente significaba 'consagrar solemnemente un local tras
observar los agüeros'. En la actualidad, de tales creencias sólo nos ha quedado
la palabra. Por cierto que la costumbre solemne de colocar la primera piedra de
un edificio quizás sea una reiteración -mágica- del antiguo rito de los
primitivos romanos quienes, al fundar
(de fundus, hondo) una ciudad,
cavaban un hoyo (mundus, mundo) en la tierra, donde cada uno de
los fundadores iba depositando un terrón de la suya originaria.
Este primer paso (entrar con buen pie) es decisivo y
de él derivan algunas supersticiones populares como la de estrenar una prenda el Domingo de Ramos (para conseguir un novio) o
el día de la boda (para tener suerte y dinero). La palabra estrenar tiene su origen en la latina strena que significa presagio y también regalo que se hace a
alguien en día festivo para le que sirva de buen augurio.