La imaginación popular, las creencias supersticiosas
y los cuentos infantiles han poblado de seres fantásticos y misteriosos algunos
espacios mágicos como ríos, cuevas y bosques. Se les han dado los más diversos
nombres: duendes, hadas, ninfas, trasgos, gnomos, y nadie puede ver a estos
seres inquietos y traviesos pues su vida es nocturna o habitan bajo las aguas y
en las profundidades de la tierra. Puede que, tras los nombres que les hemos
dado, se esconda el origen de estas creencias. Un ejemplo: los gnomos eran los genomos, es decir, los 'habitantes de la tierra'.
Para encontrar a estos seres fantásticos no tenemos
que ir muy lejos pues los hay que conviven con nosotros, en nuestra propia
casa: son los duendes y trasgos. Aunque pasemos de tales creencias, en la
lengua se mantienen vestigios de que estos inquilinos misteriosos son los
causantes de todo aquello cuya causa desconocemos. Y si no, ¿por qué ante
sucesos extraños, pequeños accidentes caseros o inexplicables pérdidas de
objetos, más de una vez nos hemos dicho: En esta casa parece que hay duendes?
La palabra duende significa
exactamente 'dueño' de una casa. Como dueño que es, se siente vinculado a la
vivienda y hace en ella cuanto quiere. Se dice que guardan bajo tierra tesoros
ocultos a los que, si se sienten amenazados, convierten en carbón. Esta
creencia pudiera estar relacionada con la monserga que repetimos a los niños en
plenas Navidades: "Si no eres bueno, los Reyes Magos te van a traer
carbón".
Mucho más travieso es el trasgo. Su nombre parece derivado del antiguo verbo trasgreer
'hacer travesuras'. Para el Diccionario de Autoridades el trasgo es un "demonio casero, que de ordinario inquieta las
casas particularmente de noche, derribando las mesas y demás trastos, tirando
piedras sin ofender con ellas, jugando a los bolos, y con otros estruendos
aparentes que desvelan a los habitadores".
Mezcla de fe religiosa y de superstición es la
creencia en la estantigua o procesión
de aparecidos. Este nombre deriva del latín hostis
antiquus. Según el lenguaje de la Iglesia, Satanás era llamado hostis antiquus, es decir, enemigo antiguo del género humano; y este concepto del diablo hizo
que la superstición popular llamara hueste
antigua a las procesiones de aparecidos durante la noche. Esa superstición
perdió fuerza, dejó la palabra de aplicarse en ese sentido, y quedó sin
asidero, situación crítica en que a las palabras les suceden las más extrañas
peripecias. Hueste antigua se redujo,
en efecto, a estantigua, y el recuerdo
vago de su significación primitiva suscitó asociaciones confusas con conceptos
que alguna relación tenían con apariciones y demonios: fealdad, aspecto
desagradable o repulsivo, etc.
Lo cierto es que por miedo a estas apariciones o por
simples trastornos digestivos podemos tener pesadillas mientras dormimos. Pero,
¿por qué pesadillas? Porque, según la
creencia popular, es el peso de
duendes o brujas que se colocan a horcajadas sobre los durmientes lo que
produce la opresión de los sueños malos. Los niños sentirán pesadillas si les
hemos amenazado con que va a venir el coco.
Por cierto que a la fruta del cocotero le dieron este nombre los compañeros de
Vasco de Gama, en la India, en 1550, por la comparación de la cáscara y sus
tres agujeros con una cabeza con ojos y boca, como la de un coco o fantasma.
Más terrible es el ogro. El origen de esta palabra es curioso; a raíz de que los
bárbaros, especialmente los húngaros u ogures (ogur era el nombre antiguo con que se designaba a este pueblo)
asolaran Europa en la Alta Edad Media, sembrando el terror a su paso, se
extendió la creencia de que eran monstruos devoradores de carne humana. Los
húngaros no están muy contentos de que se haya utilizado su nombre para
referirse a los ogros.