jueves, 25 de agosto de 2016

24. Duendes y ogros

La imaginación popular, las creencias supersticiosas y los cuentos infantiles han poblado de seres fantásticos y misteriosos algunos espacios mágicos como ríos, cuevas y bosques. Se les han dado los más diversos nombres: duendes, hadas, ninfas, trasgos, gnomos, y nadie puede ver a estos seres inquietos y traviesos pues su vida es nocturna o habitan bajo las aguas y en las profundidades de la tierra. Puede que, tras los nombres que les hemos dado, se esconda el origen de estas creencias. Un ejemplo: los gnomos eran los genomos, es decir, los 'habitantes de la tierra'.
Para encontrar a estos seres fantásticos no tenemos que ir muy lejos pues los hay que conviven con nosotros, en nuestra propia casa: son los duendes y trasgos. Aunque pasemos de tales creencias, en la lengua se mantienen vestigios de que estos inquilinos misteriosos son los causantes de todo aquello cuya causa desconocemos. Y si no, ¿por qué ante sucesos extraños, pequeños accidentes caseros o inexplicables pérdidas de objetos, más de una vez nos hemos dicho: En esta casa parece que hay duendes? La palabra duende significa exactamente 'dueño' de una casa. Como dueño que es, se siente vinculado a la vivienda y hace en ella cuanto quiere. Se dice que guardan bajo tierra tesoros ocultos a los que, si se sienten amenazados, convierten en carbón. Esta creencia pudiera estar relacionada con la monserga que repetimos a los niños en plenas Navidades: "Si no eres bueno, los Reyes Magos te van a traer carbón".
Mucho más travieso es el trasgo. Su nombre parece derivado del antiguo verbo trasgreer 'hacer travesuras'. Para el Diccionario de Autoridades el trasgo es un "demonio casero, que de ordinario inquieta las casas particularmente de noche, derribando las mesas y demás trastos, tirando piedras sin ofender con ellas, jugando a los bolos, y con otros estruendos aparentes que desvelan a los habitadores".
Mezcla de fe religiosa y de superstición es la creencia en la estantigua o procesión de aparecidos. Este nombre deriva del latín hostis antiquus. Según el lenguaje de la Iglesia, Satanás era llamado hostis antiquus, es decir, enemigo antiguo del género humano; y este concepto del diablo hizo que la superstición popular llamara hueste antigua a las procesiones de aparecidos durante la noche. Esa superstición perdió fuerza, dejó la palabra de aplicarse en ese sentido, y quedó sin asidero, situación crítica en que a las palabras les suceden las más extrañas peripecias. Hueste antigua se redujo, en efecto, a estantigua, y el recuerdo vago de su significación primitiva suscitó asociaciones confusas con conceptos que alguna relación tenían con apariciones y demonios: fealdad, aspecto desagradable o repulsivo, etc.
Lo cierto es que por miedo a estas apariciones o por simples trastornos digestivos podemos tener pesadillas mientras dormimos. Pero, ¿por qué pesadillas? Porque, según la creencia popular, es el peso de duendes o brujas que se colocan a horcajadas sobre los durmientes lo que produce la opresión de los sueños malos. Los niños sentirán pesadillas si les hemos amenazado con que va a venir el coco. Por cierto que a la fruta del cocotero le dieron este nombre los compañeros de Vasco de Gama, en la India, en 1550, por la comparación de la cáscara y sus tres agujeros con una cabeza con ojos y boca, como la de un coco o fantasma.
Más terrible es el ogro. El origen de esta palabra es curioso; a raíz de que los bárbaros, especialmente los húngaros u ogures (ogur era el nombre antiguo con que se designaba a este pueblo) asolaran Europa en la Alta Edad Media, sembrando el terror a su paso, se extendió la creencia de que eran monstruos devoradores de carne humana. Los húngaros no están muy contentos de que se haya utilizado su nombre para referirse a los ogros.