lunes, 30 de octubre de 2017

32. Coches y automóviles

Cuando se inventó el automóvil, hace apenas cien años, hubo que darles nombre a cada una de las partes que lo componen. Términos propios de los antiguos carros y diligencias pasaron sin problemas al nuevo vehículo (rueda, eje, llanta, freno); muchos vinieron del francés (chófer, garaje, embrague, capot); y ahora, del inglés (air-bag). Algunas partes fueron bautizadas con palabras compuestas (parabrisas, guardabarros, parachoques), aunque también se aprovecharon viejas denominaciones (faro, bujía, cámara).
De los antiguos vehículos de tracción animal, sólo nos han quedado algunos nombres. Así en Madrid fue famoso un modelo llamado simón, coche de alquiler cuyo propietario era un tal don Simón. El landó era un carruaje de cuatro ruedas que podía ir descubierto o cubierto mediante una capota; el nombre deriva de Landau, ciudad francesa donde este coche comenzó a fabricarse. La berlina debe su nombre a la ciudad de Berlín, donde ese tipo de coche de caballos se puso de moda hacia 1670, y la limusina, por la región francesa de Limousin.
En cuanto al nombre coche, no se sabe bien si procede del húngaro o del checo; suele admitirse que proviene de kocsi (pronunciado cochi), nombre de la población húngara Kocs, donde había un cambio de coches en la línea Viena-Budapest. El conductor del automóvil es el chófer; así se llamó en Francia al fogonero de locomotora, del verbo chauffer 'calentar'.
Ómnibus es el dativo del plural del latín omnis 'todo', de tal manera que omnibus es literalmente 'para todos'. Así se llamó el vehículo de gran capacidad que servía para transportar personas, generalmente dentro de las poblaciones, por precio módico. Se ha abreviado en bus.
Haiga fue el nombre que se daba a los coches grandes, lujosos y, generalmente, americanos que en escaso número circulaban por las ciudades españolas. María Moliner en su diccionario hace de esta palabra la siguiente glosa: "Se dice que el nombre haiga procede de que, al final de la guerra civil, las únicas personas que podían permitirse tales coches eran los nuevos ricos, personas toscas e ignorantes como las que dicen haiga por haya". Según me han contado, fue un torero quien al ir comprar un coche lo pidió grande, lujoso y único, "de los que no haiga".

Para que un coche se desplace se necesitan ruedas, también llamados neumáticos. Pero, ¿qué nombre pueden tener los pliegues de la piel que afean el vientre y la cintura de las personas obesas? El diccionario recoge rosca, definida como 'carnosidad que rebosa a las personas gruesas alrededor del cuello, las muñecas y las piernas. Se usa especialmente tratando de niños'. Lo cierto es que llegada cierta edad, al hombre y a la mujer se le desmadra el panículo adiposo; ya no se tienen roscas sino michelines, curioso nombre inspirado en el muñeco formado por ruedas de caucho y que anuncia en carreteras y estaciones de servicio la famosa marca italiana de neumáticos Michelín.

martes, 17 de octubre de 2017

31. Taladro o guarrito


La lengua, cuando necesita dar nombre a objetos nuevos, acude con frecuencia al recurso de la metáfora. Así pues, para interpretar el vocabulario hemos de utilizar continuamente esta perspectiva: lo nuevo se nombra a imagen de lo viejo. Hasta no hace poco, la economía se basaba en la agricultura y la ganadería, y los animales domésticos eran imprescindibles como medio de trabajo y de sustento; quizás esta sea la razón de que muchas palabras hayan nacido como imágenes zoomórficas. Basta con mirar a nuestro alrededor para toparnos con objetos designados con palabras que aluden a animales: el ojo de buey de un edificio, la cola en la parada del autobús o la mariposa del carburador.
La distinta y complementaria anatomía del macho y de la hembra ha servido de imagen para designar a cada una de las dos piezas que encajan la una en la otra en objetos como broches, corchetes o tornillos; en la ferretería hemos de especificar si lo que deseamos es un enchufe macho o hembra; y, si pedimos una hembrilla, se supone que disponemos de otra pieza que la penetre. El carpintero ensamblará dos tablas mediante entrantes y salientes que forman un inseparable machihembrado. A este propósito, y al hablar del mundo de las significaciones, G. Rohlfs afirma: "para designar el tornillo, el taladro y el cerrojo, encontramos con frecuencia en las lenguas románicas expresiones que están en clara relación con los nombres del cerdo". ¿Por qué el cerdo? No debemos olvidar que, en el mundo mediterráneo cristiano, el cerdo ha sido pieza clave de la economía y de la alimentación. La importancia que una realidad tiene en una sociedad es proporcional al número de palabras distintas (cerdo, cochino, marrano, puerco, verraco, gocho, guarro, gorrino, tocino) de que disponemos para nombrarla.
Siguiendo con la imágenes sexuales, en nuestra lengua el nombre del cerdo aparece para designar objetos penetrantes; los de la cerda, para los que son penetrados. Todo parece arrancar de la observación de este animal doméstico y de la peculiar forma que tiene el miembro del gorrino (en el habla coloquial, gurrina es pene). La palabra barrena, proviene del hispano-árabe barrina que a su vez procede del latín veruina o jabalina, con la misma raíz verres 'cerdo macho'. La forma original de tuerca fue puerca, del latín porcus 'vulva'; el cambio p>t se produjo por influjo de la t- del contrapuesto tornillo. El nombre antiguo puerca se explica por la imagen sexual del tornillo (falo) del macho que penetra en la hendidura de la hembra o puerca (vulva). Por el mismo procedimiento, la tuerca del husillo de prensar las uvas es la marrana y el madero que encaja en una pieza hembra es el marrano.

El nombre cerrojo que, como sabemos, es una 'barra cilíndrica de hierro que entrando en otra pieza o en un agujero, cierra y ajusta la puerta o ventana', en los inicios del castellano fue verrojo, pues proviene del latín verruculum, diminutivo de verres 'verraco'. La imagen fálica de este instrumento es evidente, y fue la etimología popular la que alteró la forma original verrojo que, influida por el verbo cerrar, se asimiló en cerrojo. Así, finalmente, se explica el hecho de que el taladro eléctrico sea conocido en algunos lugares de Andalucía  con el expresivo nombre de guarrito.

lunes, 12 de junio de 2017

30. Etcétera

¿Quién de nosotros no ha empleado alguna vez palabras como déficit, agenda, gratis, ídem, ultimátum o etcétera? Son expresiones que podremos encontrar en cualquier diccionario y forman parte de nuestro acervo lingüístico; no obstante, y a poco que nos fijemos, podremos comprobar que por su forma desentonan con las voces de raigambre castellana: terminaciones en -t o en -m; grupos silábicos inusitados del tipo quo, sta. Por supuesto que tendremos problemas a la hora de formar sus plurales; y todo ello porque, sin saberlo a veces, estamos utilizando palabras tomadas directamente del latín. Son los latinismos, palabras latinas incorporadas directamente al castellano y que mantienen casi intacta su forma original. La presencia en nuestra lengua de esas voces extrañas se explica por el hecho de que el latín nunca se olvidó totalmente pues durante siglos fue la lengua en la que se impartían las clases en la Universidad, ha sido lengua oficial de la Iglesia y su enseñanza era obligatoria en los planes de estudio.
Dejemos para otro momento los latinismos del lenguaje jurídico y otras jergas conservadoras, y fijémonos en los que cada dos por tres aparecen en el habla coloquial. Como ejemplo, reproduzco la perorata que en la cola del INEM me soltó el otro día un fulano que iba a reclamar no sé qué cosa.

"Esto lo arreglaba yo ipso facto (inmediatamente) y aunque el funcionario se quede in albis (a oscuras, sin enterarse de nada), él tiene que saber que yo he venido aquí motu propio (voluntaria y libremente), máxime (sobre todo) cuando en asunto de dinero he pasado de un razonable superávit (sobró) a un déficit (faltó) galopante. No quiero echarle la culpa a la renta per cápita (por cabeza) ni creo que sea necesario convocar un referéndum (consulta popular para ratificar leyes); entono mi propio mea culpa (por mi culpa) y me limito a entregar el currículum vitae (relación de méritos) y a esperar sine die (sin plazo fijo) a que me ofrezcan un trabajo, porque todo quisque (cada uno) sabe que en estos tiempos nadie da nada gratis (de balde). He venido aquí ex profeso (con el único propósito) para plantear grosso modo (sin muchos detalles) cuál es mi problemática. Hay quien piensa que lo del paro y el desempleo es un modus vivendi  (modo de vivir) que va a durar in eternum (para siempre). A los políticos habría que darles un ultimátum (hasta aquí hemos llegado) porque unas veces por ti y otras por mí, la casa sin barrer. El quid (el punto más importante) de la cuestión es cómo agenciárselas para tener una nómina (relación de nombres) fija y conseguir así que los intereses de la hipoteca sean peccata minuta (asuntos leves). Estoy harto de anotar ofertas de trabajo en mi agenda (cosas que se han de hacer) y, cuando llego, me dicen que nada de nada; que ha sido o una errata (cosas equivocadas) del periódico o un lapsus (falta por descuido) del encargado porque el negocio no se abrirá hasta el día del Corpus Christi (cuerpo de Cristo). Y en todos los sitios a los que he ido ídem de ídem (lo mismo de lo mismo). Lo peor es que el otro día un inspector de trabajo, que sabe que estoy cobrando el paro, me sorprendió in fraganti (con las manos en la masa) cuando estaba trabajando de peón en la obra que hay en la esquina. Le han metido un paquete al constructor, me han dado de baja en el paro, me han puesto una multa, etcétera, etcétera, etcétera (y otras cosas, y otras cosas, y otras cosas)".

lunes, 8 de mayo de 2017

29. El rumbo y la rumba

Para desplazarse de un lugar a otro sin perderse, el hombre siempre ha buscado un punto de referencia, un lugar u objeto fijo y visible por el que orientarse. No cabe duda de que el más universal punto de referencia ha sido el sol, pues cada mañana sale por un lado del horizonte y, al atardecer, se oculta por el opuesto. Y como los antiguos se orientaban mirando en dirección al lugar por donde el sol sale, al punto que queda a la izquierda lo llamaron Norte, voz que tiene la raíz indoeuropea ner- que significa 'izquierda'; el punto opuesto es el Sur, cuyo significado primero es el de 'lado del sol'.
Todo esto se entenderá mejor si tenemos en cuenta que partimos de una terminología nacida en Europa, en el hemisferio norte, desde donde vemos cómo el astro rey recorre un camino más cercano al horizonte meridional. Los otros dos puntos cardinales también son descriptivos: este, oriente (el que sale) y oeste, occidente (el que cae).
Mientras que los viajeros por tierra podían tener como puntos de orientación los accidentes del terreno, los ríos, etc., las embarcaciones que navegaban por mar abierta, antes de la invención de la brújula, sólo podían orientarse por los astros: de día el Sol y de noche la Estrella Polar, que siempre señala el Norte. La Osa Menor, en la que está la Estrella Polar, es una constelación formada por siete estrellas a las que los antiguos llamaban septentriones 'los siete bueyes', de donde viene precisamente septentrión o Norte.
El descubrimiento de la brújula, cuya aguja imantada siempre marca el Polo Norte, hizo posible que los pilotos, fuera de día o de noche, con el cielo cubierto o despejado, pudieran mantener el rumbo. La historia de la palabra rumbo es bastante curiosa. Su forma primera fue rombo, ya que proviene del latín rhombus, 'rombo', porque esa es la figura de cada uno de los 32 espacios en que se dividió la rosa de los vientos y en que se considera dividido el horizonte. En la consolidación del término rombo influyó la creencia popular que lo considera signo mágico por ser una figura frecuente entre los astrólogos, magos, brujos y adivinos. Además, como el piloto también se orientaba tomando la altura de los astros, se creyó que actuaban por astrología y arte mágica. El cambio de rombo por rumbo se debió al contagio fonético de esta palabra con otra voz de la jerga marinera, rumo, que significa 'sitio en un navío'. Las acepciones modernas de rumbo y rumboso con el valor de 'pompa, ostentación', y de la rumba 'baile provocante', proceden también de rombo como signo mágico, en sentido propio de 'embrujo, encanto'.

La palabra brújula merece también algunos comentarios. El nombre de este instrumento que revolucionó la navegación procede del italiano bussola 'cajita' y debió dar en castellano bújola. Pero ¿a qué se deben los cambios que la ha transformado en brújula? Aunque hay razones que apoyan la hipótesis de que el cambió se debió a razones fonéticas, no me resisto a sugerir que, tal como pasó con el rombo de los astrólogos y adivinos, la brújula y la palabra se dejaron arrastrar por el misterio y la magia que envolvían a la extraña aguja que se empeñaba en marcar siempre un mismo punto por lo que terminó asimilándose a la palabra vecina bruja. Es más, en castellano tenemos el verbo brujulear, 'tratar de adivinar las cartas en el juego de los naipes', que incide en la misma idea y creencia.

domingo, 19 de febrero de 2017

28. El robot y la sífilis

                Todo hispanohablante utilizará alguna vez vocablos que tienen su origen en el nombre de un personaje literario. Así empleará el término quijote para referirse a la persona que antepone sus ideales a su propia conveniencia, implicándose en la defensa de causas que considera justas aunque casi nunca lo consiga; un donjuán es el hombre seductor de mujeres; y tenorio el galanteador audaz y pendenciero. Por el mismo procedimiento le hemos dado el nombre de lazarillo al muchacho que lleva de la mano a un invidente, porque Lázaro de Tormes guió al ciego en el primer tratado de esta famosa novela, o el de celestina a toda mujer que practica la alcahuetería.
Todos ellos son personajes nacidos de la ficción literaria que se han convertido en prototipos porque, gracias al genio de los autores que les dieron vida, han llegado a personalizar una forma de ser o de actuar. Personajes literarios hay muchos, pero sólo unos pocos han tenido el honor de entrar por la puerta grande del vocabulario y, tras perder la letra mayúscula inicial, han dejado de ser nombres propios para así meterse de lleno en el lenguaje común. Aquí, no obstante, hablaré solo de dos nombres (sífilis y robot) y de un adjetivo (pantagruélico) que también por vía literaria nos han venido de otras lenguas y, aunque no son prototipo de nada, forman parte de nuestro vocabulario habitual.
Todos sabemos que anda por ahí una terrible enfermedad venérea (palabra relacionada con Venus, la diosa del amor) cuya sola mención produce escalofríos: es la sífilis. El nombre de este mal nefando está tomado de un poema compuesto por el italiano Girolano Fracastoro en 1530, cuyo protagonista Syphilus contrae esta enfermedad. Más tarde el propio Fracastoro la empleó en un tratado médico en latín; luego, en el siglo XVIII se extendió la palabra sífilis a las demás lenguas modernas. Hay quien dice que los hombres que acompañaron a Colón contrajeron esta enfermedad en las Indias (más bien de las indias) y habría sido su justo castigo por haberles dejado a cambio la viruela. En realidad no fue así pues se sabe que este mal existía en Europa antes de que los españoles llegaran a América. Luego, se les achacó a los soldados franceses su propagación por Italia y por el resto de Europa a finales del siglo XV; por eso también es conocida la sífilis como gálico o mal francés. En Francia, por galante reciprocidad, la denominan mal español.
Otro nombre que nos ha venido de fuera es robot, ingenio electrónico que puede ejecutar automáticamente operaciones o movimientos muy varios. El término fue creado por el autor dramático Karel Capek (1890-1938) en 1920 en la obra titulada RUR (Rossum's Universal Robots) para denominar un androide construido por un sabio y capaz de llevar a cabo todos los trabajos normalmente ejecutados por un humano.  En checo, robota significa 'trabajo obligatorio, servidumbre', y en esta obra Capek cuenta cómo una serie de sabios fabrican unos robots tan perfectos que hasta tienen vida, como los hombres. Cuando estos robots son muchos y descubren la fuerza que poseen, se unen y se rebelan contra el hombre hasta eliminar a la humanidad de la faz de la tierra. Antecesor del robot es la tradición del Golem, que aún perdura en Praga del Golem; consiste en amasar un muñeco con barro y después ponerlo en movimiento, grabar en su frente el vocablo Emet (verdad) o bien introducirle en la boca el Schem, la hojita con el nombre impronunciable de Dios.

Y por último tenemos el adjetivo pantagruélico, usado para referirse siempre a un festín en el que la comida es variada y en cantidades excesivas. Procede de Pantagruel, personaje y título de una obra del francés Rabelais.

miércoles, 1 de febrero de 2017

27. Desastres

Está muy extendida la creencia de que si cada vez que en el cielo se dibuja la estela de una estrella fugaz formulamos un deseo, éste se cumplirá. Es un caso más en el que la historia de una palabra nos remite al origen de lejanas convicciones aparentemente superadas, pues tanto el nombre deseo como el verbo desear se han formado a partir de la raíz sidera 'los astros'. En latín, desiderare significa literalmente 'echar de menos una estrella'. Todo ello (la creencia, la palabra, el significado y la etimología) se nos vuelve más comprensible si pensamos que, en cuanto el hombre comenzó a tener conciencia de que su vida en este mundo era un ser y un no ser y un futuro incierto, levantó la vista al cielo y buscó en los cuerpos celestes, los astros, alguna respuesta a sus interrogantes.
En un primer momento el hombre creyó que el Sol, la Luna, los planetas y estrellas eran divinidades que regían desde arriba su destino; reminiscencia de aquella convicción religiosa (astrolatría) es, por ejemplo, adjudicar al dios de turno el adjetivo de altísimo, supremo. Hijo de la religión y de una ciencia incipiente es el astrólogo, el cual busca un saber por los astros pues cree que en ellos se esconde la solución a sus incógnitas. El verbo considerar, que significa actualmente 'pensar, reflexionar, razonar' deriva de la construcción latina cum sidera (con los astros) porque ante cualquier problema era a ellos a quienes primero se consultaba. La actual astronomía, aunque heredera de la astrología, se rige por las leyes de la física y sólo pretende ser un saber de los astros.
Pues bien, ni la tradición judaica ni la cristiana pudieron eliminar del todo los resabios de paganismo que consideraba a los astros como divinidades. Vestigios de estas creencias podremos encontrar, por ejemplo, en los nombres de los días de la semana. Si domingo (dies dominicus) es el 'día del Señor' para los cristianos y sábado es  'descanso' para los judíos, los demás días de la semana son tributarios de la tradición astrológica (lunes, dies lunae, día consagrado a la Luna), o mitológica (martes 'día de Marte', miércoles 'de Mercurio', jueves 'de Jovis o Júpiter', viernes 'de Venus').
El astrólogo creía, y cree, que el destino de los hombres está escrito en las estrellas. La posición de los astros (carta astral) y de las constelaciones (signos del zodiaco) en la bóveda celeste en el momento de nacer, determinará el futuro de las personas. El popular horóscopo (en griego 'yo veo las horas') mantiene viva esa creencia supersticiosa ya que, según dice, nos permite prever qué días serán propicios y cuáles no. Y es una vez más en las palabras donde perviven lexicalizadas aquellas viejas creencias: así, de aster 'estrella' (buena o mala), deriva astroso, que originariamente significó 'nacido bajo mal astro o estrella', 'desgraciado' (malo sidere natus, que tiene mala estrella) y luego adquirió el valor de sucio, desaseado, desastrado. Ahora podemos ver con más claridad que el no tener buena estrella, además de una desgracia, sea un desastre. Hasta la canción popular lo confirma: El día que yo nací, qué planeta reinaría; por donde quiera que voy, qué mala estrella me guía.
Si seguimos por la senda de los astros, veremos cómo en la lengua se mantienen vivas palabras que abundan en la creencia de que el carácter de los humanos depende del planeta que rija en la hora del nacimiento. Será alegre, festivo, jovial, si predominó Júpiter (Jovis); bizarro, varonil, marcial, si Marte; loco, lunático, si la Luna...

Cuando alguien tiene necesidad de hacer un pozo, lo más lógico es consultar a un geólogo, pero siempre habrá quien opte por buscar a un zahoríes (palabra proveniente del árabe zuhari, derivada de zúhara 'lucero, Venus') ya que estos, por haber nacido en viernes y bajo el influjo de este planeta, podrán adivinar mediante una simple vara dónde se encuentran ocultas las aguas subterráneas.