Todo hispanohablante utilizará alguna vez vocablos que tienen su origen en el nombre de un personaje literario.
Así empleará el término quijote para referirse a la persona que antepone sus ideales a su propia conveniencia, implicándose en la defensa de causas que considera justas aunque casi nunca lo consiga; un donjuán es el hombre seductor de mujeres; y tenorio el galanteador audaz y pendenciero. Por el mismo procedimiento le hemos
dado el nombre de lazarillo al
muchacho que lleva de la mano a un invidente, porque Lázaro de Tormes guió al ciego
en el primer tratado de esta famosa novela, o el de celestina a toda mujer que practica la alcahuetería.
Todos ellos son personajes nacidos de la ficción
literaria que se han convertido en prototipos porque, gracias al genio de los
autores que les dieron vida, han llegado a personalizar una forma de
ser o de actuar. Personajes literarios hay muchos, pero sólo unos pocos han
tenido el honor de entrar por la puerta grande del vocabulario y, tras perder
la letra mayúscula inicial, han dejado de ser nombres propios para así meterse
de lleno en el lenguaje común. Aquí, no obstante, hablaré solo de dos nombres (sífilis y robot) y de un adjetivo (pantagruélico)
que también por vía literaria nos han venido de otras lenguas y, aunque no son
prototipo de nada, forman parte de nuestro vocabulario habitual.
Todos sabemos que anda por ahí una terrible
enfermedad venérea (palabra relacionada con Venus, la diosa del amor) cuya sola
mención produce escalofríos: es la sífilis.
El nombre de este mal nefando está tomado de un poema compuesto por el italiano
Girolano Fracastoro en 1530, cuyo protagonista Syphilus contrae esta enfermedad. Más tarde el propio Fracastoro la
empleó en un tratado médico en latín; luego, en el siglo XVIII se extendió la palabra sífilis a las demás lenguas modernas. Hay quien dice que los hombres que
acompañaron a Colón contrajeron esta enfermedad en las Indias (más bien de las indias) y
habría sido su justo castigo por haberles dejado a cambio la viruela. En
realidad no fue así pues se sabe que este mal existía en Europa antes de que
los españoles llegaran a América. Luego, se les achacó a los soldados franceses
su propagación por Italia y por el resto de Europa a finales del siglo XV; por
eso también es conocida la sífilis como gálico o mal francés. En Francia, por galante
reciprocidad, la denominan mal español.
Otro nombre que nos ha venido de fuera es robot, ingenio electrónico que puede
ejecutar automáticamente operaciones o movimientos muy varios. El término fue
creado por el autor dramático Karel Capek (1890-1938) en 1920 en la obra
titulada RUR (Rossum's Universal Robots) para denominar un androide construido
por un sabio y capaz de llevar a cabo todos los trabajos normalmente ejecutados
por un humano. En checo, robota significa 'trabajo obligatorio,
servidumbre', y en esta obra Capek cuenta cómo una serie de sabios fabrican
unos robots tan perfectos que hasta
tienen vida, como los hombres. Cuando estos robots son muchos y descubren la
fuerza que poseen, se unen y se rebelan contra el hombre hasta eliminar a la humanidad de la
faz de la tierra. Antecesor del robot es la tradición del Golem, que aún
perdura en Praga del Golem; consiste en amasar un muñeco con barro y después
ponerlo en movimiento, grabar en su frente el vocablo Emet (verdad) o bien
introducirle en la boca el Schem, la hojita con el nombre impronunciable de
Dios.
Y por último tenemos el adjetivo pantagruélico, usado para referirse
siempre a un festín en el que la comida es variada y en cantidades excesivas. Procede de Pantagruel, personaje y título de una
obra del francés Rabelais.