domingo, 19 de febrero de 2017

28. El robot y la sífilis

                Todo hispanohablante utilizará alguna vez vocablos que tienen su origen en el nombre de un personaje literario. Así empleará el término quijote para referirse a la persona que antepone sus ideales a su propia conveniencia, implicándose en la defensa de causas que considera justas aunque casi nunca lo consiga; un donjuán es el hombre seductor de mujeres; y tenorio el galanteador audaz y pendenciero. Por el mismo procedimiento le hemos dado el nombre de lazarillo al muchacho que lleva de la mano a un invidente, porque Lázaro de Tormes guió al ciego en el primer tratado de esta famosa novela, o el de celestina a toda mujer que practica la alcahuetería.
Todos ellos son personajes nacidos de la ficción literaria que se han convertido en prototipos porque, gracias al genio de los autores que les dieron vida, han llegado a personalizar una forma de ser o de actuar. Personajes literarios hay muchos, pero sólo unos pocos han tenido el honor de entrar por la puerta grande del vocabulario y, tras perder la letra mayúscula inicial, han dejado de ser nombres propios para así meterse de lleno en el lenguaje común. Aquí, no obstante, hablaré solo de dos nombres (sífilis y robot) y de un adjetivo (pantagruélico) que también por vía literaria nos han venido de otras lenguas y, aunque no son prototipo de nada, forman parte de nuestro vocabulario habitual.
Todos sabemos que anda por ahí una terrible enfermedad venérea (palabra relacionada con Venus, la diosa del amor) cuya sola mención produce escalofríos: es la sífilis. El nombre de este mal nefando está tomado de un poema compuesto por el italiano Girolano Fracastoro en 1530, cuyo protagonista Syphilus contrae esta enfermedad. Más tarde el propio Fracastoro la empleó en un tratado médico en latín; luego, en el siglo XVIII se extendió la palabra sífilis a las demás lenguas modernas. Hay quien dice que los hombres que acompañaron a Colón contrajeron esta enfermedad en las Indias (más bien de las indias) y habría sido su justo castigo por haberles dejado a cambio la viruela. En realidad no fue así pues se sabe que este mal existía en Europa antes de que los españoles llegaran a América. Luego, se les achacó a los soldados franceses su propagación por Italia y por el resto de Europa a finales del siglo XV; por eso también es conocida la sífilis como gálico o mal francés. En Francia, por galante reciprocidad, la denominan mal español.
Otro nombre que nos ha venido de fuera es robot, ingenio electrónico que puede ejecutar automáticamente operaciones o movimientos muy varios. El término fue creado por el autor dramático Karel Capek (1890-1938) en 1920 en la obra titulada RUR (Rossum's Universal Robots) para denominar un androide construido por un sabio y capaz de llevar a cabo todos los trabajos normalmente ejecutados por un humano.  En checo, robota significa 'trabajo obligatorio, servidumbre', y en esta obra Capek cuenta cómo una serie de sabios fabrican unos robots tan perfectos que hasta tienen vida, como los hombres. Cuando estos robots son muchos y descubren la fuerza que poseen, se unen y se rebelan contra el hombre hasta eliminar a la humanidad de la faz de la tierra. Antecesor del robot es la tradición del Golem, que aún perdura en Praga del Golem; consiste en amasar un muñeco con barro y después ponerlo en movimiento, grabar en su frente el vocablo Emet (verdad) o bien introducirle en la boca el Schem, la hojita con el nombre impronunciable de Dios.

Y por último tenemos el adjetivo pantagruélico, usado para referirse siempre a un festín en el que la comida es variada y en cantidades excesivas. Procede de Pantagruel, personaje y título de una obra del francés Rabelais.

miércoles, 1 de febrero de 2017

27. Desastres

Está muy extendida la creencia de que si cada vez que en el cielo se dibuja la estela de una estrella fugaz formulamos un deseo, éste se cumplirá. Es un caso más en el que la historia de una palabra nos remite al origen de lejanas convicciones aparentemente superadas, pues tanto el nombre deseo como el verbo desear se han formado a partir de la raíz sidera 'los astros'. En latín, desiderare significa literalmente 'echar de menos una estrella'. Todo ello (la creencia, la palabra, el significado y la etimología) se nos vuelve más comprensible si pensamos que, en cuanto el hombre comenzó a tener conciencia de que su vida en este mundo era un ser y un no ser y un futuro incierto, levantó la vista al cielo y buscó en los cuerpos celestes, los astros, alguna respuesta a sus interrogantes.
En un primer momento el hombre creyó que el Sol, la Luna, los planetas y estrellas eran divinidades que regían desde arriba su destino; reminiscencia de aquella convicción religiosa (astrolatría) es, por ejemplo, adjudicar al dios de turno el adjetivo de altísimo, supremo. Hijo de la religión y de una ciencia incipiente es el astrólogo, el cual busca un saber por los astros pues cree que en ellos se esconde la solución a sus incógnitas. El verbo considerar, que significa actualmente 'pensar, reflexionar, razonar' deriva de la construcción latina cum sidera (con los astros) porque ante cualquier problema era a ellos a quienes primero se consultaba. La actual astronomía, aunque heredera de la astrología, se rige por las leyes de la física y sólo pretende ser un saber de los astros.
Pues bien, ni la tradición judaica ni la cristiana pudieron eliminar del todo los resabios de paganismo que consideraba a los astros como divinidades. Vestigios de estas creencias podremos encontrar, por ejemplo, en los nombres de los días de la semana. Si domingo (dies dominicus) es el 'día del Señor' para los cristianos y sábado es  'descanso' para los judíos, los demás días de la semana son tributarios de la tradición astrológica (lunes, dies lunae, día consagrado a la Luna), o mitológica (martes 'día de Marte', miércoles 'de Mercurio', jueves 'de Jovis o Júpiter', viernes 'de Venus').
El astrólogo creía, y cree, que el destino de los hombres está escrito en las estrellas. La posición de los astros (carta astral) y de las constelaciones (signos del zodiaco) en la bóveda celeste en el momento de nacer, determinará el futuro de las personas. El popular horóscopo (en griego 'yo veo las horas') mantiene viva esa creencia supersticiosa ya que, según dice, nos permite prever qué días serán propicios y cuáles no. Y es una vez más en las palabras donde perviven lexicalizadas aquellas viejas creencias: así, de aster 'estrella' (buena o mala), deriva astroso, que originariamente significó 'nacido bajo mal astro o estrella', 'desgraciado' (malo sidere natus, que tiene mala estrella) y luego adquirió el valor de sucio, desaseado, desastrado. Ahora podemos ver con más claridad que el no tener buena estrella, además de una desgracia, sea un desastre. Hasta la canción popular lo confirma: El día que yo nací, qué planeta reinaría; por donde quiera que voy, qué mala estrella me guía.
Si seguimos por la senda de los astros, veremos cómo en la lengua se mantienen vivas palabras que abundan en la creencia de que el carácter de los humanos depende del planeta que rija en la hora del nacimiento. Será alegre, festivo, jovial, si predominó Júpiter (Jovis); bizarro, varonil, marcial, si Marte; loco, lunático, si la Luna...

Cuando alguien tiene necesidad de hacer un pozo, lo más lógico es consultar a un geólogo, pero siempre habrá quien opte por buscar a un zahoríes (palabra proveniente del árabe zuhari, derivada de zúhara 'lucero, Venus') ya que estos, por haber nacido en viernes y bajo el influjo de este planeta, podrán adivinar mediante una simple vara dónde se encuentran ocultas las aguas subterráneas.