sábado, 29 de septiembre de 2018

33. Etimología popular


Recuerdo aquella retahíla interrogativa con la que poníamos en entredicho la congruencia de la lengua: ¿Por qué la cama se llama cama y la cómoda se llama cómoda, siendo la cama más cómoda que la cómoda? El sentimiento de incoherencia que detectamos en estas palabras nace de la molestia que nos produce el que la imagen (la palabra) y la realidad no se correspondan. El fenómeno de la etimología popular pretende enmendar este fallo, pues con ella el hablante convierte en transparente el significante que le resulta opaco o inadecuado.

Es lo que sucede cuando decimos esparatrapo en vez del correcto esparadrapo, pues olvidamos que procede del italiano sparadrappo, de sparare 'partir por la mitad' y drappo 'tela', tiras de trapo para cubrir y curar las heridas algo así como nuestras actuales tiritas. El vulgarismo esparatrapo castellaniza el drapo italianizante y lo sustituye por el castellano trapo. La misma lógica rige al preferir la denominación de naranja mondarina (pues la verdad es que se monda con gran facilidad) y olvidarse de que se trata de una mandarina, variedad de naranja oriunda de la China llamada así por su semejanza con el color de la vestimenta de los mandarines. Destornillarse de risa resulta más familiar que desternillarse, pues ya nadie piensa que al reír pueda uno romperse la ternilla sino en deshacerse en piezas por perder tornillos.

En otros casos, bien por ignorancia bien por comodidad, lo que se hace es sustituir un significante que nos resulta, por las razones que sean, extraño, por otro que nos es más familiar. Algunos conatos de etimología popular no llegaron a cuajar; de la misma manera que cuando llegaron estos aparatos alguien dijo vidrio por vídeo, hubo también el intento de cargar en la jerga de los internautas la palabra emilio por la inglesa y extraña e.mail. Como es de suponer, las palabras extranjeras son las más vulnerables a los cambios de la etimología popular pues se hallan inmotivadas (no tienen los cromosomas de la lengua propia) y sin raíces en el idioma receptor.

La hipocresía y falsedad (falsía dicen en mi pueblo) que rodean a muchos comportamientos sociales dan la razón a quienes dicen que la palabra cumplimiento no es más que el resultado (como decía Larra) de la suma de dos verbos conjugados en primera persona: cumplo y miento.

Si aceptamos sin rechistar la palabra meditabundo, no se hace lo mismo con su hermana vagabundo; entra a saco la etimología popular y se deforma en vagamundo pues el que anda de un lado para otro no hace otra cosa sino correr mundo. Al que es duro de mollera y de convencer, sería preferible llamarlo testaduro en vez del académico testarudo.

Se ha dicho que la etimología popular es consecuencia de los 'errores' cometidos por el pueblo. Como decía Molina Redondo, "la adjetivación 'popular' es inexacta, ya que en muchas ocasiones no es precisamente el pueblo el responsable de tales alteraciones". Así, nuestro insigne Covarrubias en el s. XVII se dejó influir por la semejanza entre palabras y dice: "el esturión, un pescado que los antiguos preciaron mucho, y era bocado de rey, se llama así, esturión, porque muere en el mar, cerca de Asturias, a lo que dizen".