Las convenciones sociales, las reglas de educación y
la moral cristiana han marcado como tabúes lingüísticos (¡eso no se dice!) las
palabras y expresiones que hacen referencia al sexo y a sus funciones anejas.
Esta interdicción, que en el habla coloquial se suele saltar a la torera, es
norma obligatoria y cumplida a rajatabla en ambientes mojigatos y gazmoños que
obligan al comedimiento verbal si no se quiere perder el decoro y la buena
reputación.
Como se sabe, el diccionario es el lugar en el que
deben aparecer ordenadas y definidas todas las palabras de una lengua. Pero
habría que preguntar a los señores académicos por qué mantienen, y con todo
derecho, en el diccionario miles de arcaísmos y voces que sólo se usan de higos
a brevas, a la par que se resisten a recoger y definir vocablos de uso
corriente sólo porque son palabras malsonantes. Dice Cela que "el hecho de
la inhabilitación del culo o de la puta no sería grave a no ser que lo que se
veta no es la idea, sino, simplemente, la palabra".
Un ejemplo; cojo (en Argentina, agarro) el
diccionario de la RAE, edición de 1984, y busco maliciosamente, como cuando
éramos escolares, follar, y leo: 'soplar con el fuelle'; follarse: 'soltar una
ventosidad sin ruido'. Y nada más. Me digo, desconfiando de mi ortografía,
¿no será con y? Ni hablar. Tendremos que esperar a 1992, año del quinto
centenario, para que finalmente podamos ver en letras de molde follar: Practicar el coito. ¡No te jode!
Además, lo de practicar el coito, cohabitar y otras cursilerías no son más que
flagrantes eufemismos, ya que si los sueltas sin el acompañamiento de los
gestos pertinentes tienes muchas posibilidades de que nadie te entienda, pases
por extranjero y te quedes a dos velas.
Follar es hermano mayor del verbo castellano holgar, pues ambos derivan del nombre
latino follis 'fuelle' a través del
verbo follicare 'moverse como un
fuelle'. Del mismo follicare viene también holgar (de donde huelga y juerga) significa 'descansar, estar ocioso', y también 'divertirse,
disfrutar, alegrarse', si bien al principio tenía el valor de 'resollar,
jadear', por la imagen del caminante que se detiene para tomar aliento en una
cuesta. Y como en el trajín de hacer el amor también se jadea y se resuella,
holgar vino a adquirir el significado de 'yacer carnalmente'. Sería a
principios del XIX cuando este último significado se trasladó al verbo follar que, hasta entonces, había tenido
el ingenuo sentido de 'avivar el fuego soplando con el fuelle'.
Entre los verbos que se refieren al acto en sí, amén
del ya por fin académico follar, está el antiguo fornicar
(aquel que nos hacían aprender en el
listado de los mandamientos: el sexto, no
fornicarás, sustituido en versión moderna por la ambigua perífrasis no cometerás actos impuros. Deriva del
latín fornicare, de fornix 'bóveda', 'túnel', porque era en
lugares como estos donde solían estar las prostitutas. Pues bien, en la
definición que de fornicar dan los
diccionarios se halla explícita la idea de pecado y adulterio: fornicar: 'yacer carnalmente con
prostituta, o con mujer fuera del matrimonio', de donde se deducen tres
conclusiones; una: sólo al hombre casado le es posible fornicar; dos: ningún hombre podrá
practicar el fornicio con su propia mujer; y tres: ninguna mujer, casada o soltera,
tendrá la oportunidad de fornicar; como mucho, sólo podrá ser fornicada. Este
sesgo machista se ve también en lo que el diccionario dice a propósito del
verbo gozar: 'conocer carnalmente a
una mujer'. Del gozo de conocer y disfrutar carnalmente queda excluido, según esto, el sexo
femenino.
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