Después de que el último Concilio impusiera el uso
de las lenguas vernáculas en los oficios religiosos, y tras unos planes de
estudio que borraron del mapa la enseñanza de las lenguas clásicas, el latín,
más que una lengua muerta, es una lengua rematada. Habría que entonar entre
todos un contrito mea culpa. Pero no
parece pertinente volver a aquel sistema de enseñanza, que en la universidad
duró hasta principios del XIX, en la que se impartían todas las materias en
latín; ni tampoco resulta práctico el que los fieles asistan a misa sin
entender ni jota de los latines que el presbítero musita en el altar. Como
recuerdo de aquellos tiempos pasados, hablaremos aquí de cómo algunas palabras
latinas, de tanto oírlas, pasaron directamente al castellano.
Un ejemplo de la influencia ejercida por el latín
que se oía durante la celebración de la misa lo encontramos en la palabra lavabo. Su significado literal es 'yo
lavaré', primera persona del singular del futuro imperfecto de indicativo del
verbo latino lavare. Es el inicio del
salmo (Lavabo manus meas, 'Lavaré mis
manos') pronunciado por el sacerdote al lavarse las manos tras el ofertorio, de
donde el vocablo pasó a designar la toalla con que el oficiante se seca las
manos, el lugar donde la dejaba y, finalmente, un lavatorio cualquiera.
De la frase latina sursum corda 'arriba los corazones', dicha por el sacerdote en la
misa, se ha formado el nombre español sursuncorda con el que se alude, sin que
sepamos exactamente el porqué, a un supuesto personaje de mucha importancia.
Así se dice: No lo haré aunque me lo mande
el sursuncorda.
Un caso de falso latinismo es la palabra busilis, cuyo significado es de 'punto
en el que estriba la dificultad de una cosa'. Procede de la frase latina in diebus illis (en aquellos días, por
aquel tiempo) con la que comenzaba el sacerdote la lectura del evangelio y que
siempre continuaba: dixit Iesus
discipulis suis. Pues bien, de aquellas palabras in diebus illis, mal entendidas y separando in die, algún ignorante se preguntó qué podía significar lo que
quedaba, el bus illis.
El desconocimiento cada vez mayor del latín clásico
y una buena dosis de burla cómica propiciaron la aparición de escritos en un
pseudolatín, el macarrónico, un latín
caricaturesco mezclado de romance. Los dos primeros autores de Macarroneas fueron el paduano Micheli
degli Odasi y el mantuano Folengo. El término parece derivado de macarrón por comparación burlesca. De
este falso latín, y para significar los escrúpulos y reparos o dichos
ridículamente corteses, procede la expresión tiquismiquis, formada de tichi, michi (deformación de los dativos
latinos tibi, mihi, 'para ti, para mí').
El nombre del oficio litúrgico oficiado por el
sacerdote, misa, deriva de la fórmula
final que el oficiante dice para dar por terminada la celebración: Ite, missa est, 'marchaos, esto es la
despedida'; la misa no es otra cosa
que la despedida Y cura es el nombre
corriente del sacerdote encargado del cuidado, instrucción y adoctrinamiento
espiritual de una feligresía. Procede del nombre latino cura, cuyo significado es 'preocupación, cuidado'.
Y terminamos con el amén, que sin ser latín, pues es palabra hebrea, todo el mundo lo
entiende en su significado original de 'ciertamente' o 'así sea'. De tal manera
que el decir amén a todo, es aceptar
sin oposición lo que alguien dice o propone.
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