jueves, 3 de junio de 2021

36. Adjetivos


Según aprendimos en la escuela, los adjetivos calificativos son palabras que acompañan al nombre para expresar alguna cualidad del objeto designado; nos dicen cómo son las personas animales o cosas de las que hablamos. Pero si repasamos el repertorio de los adjetivos, comprobaremos que son mayoría los de significado denostador, peyorativo o insultante frente a los que tienen valor de cumplido, halago o lisonja. Así pues, los adjetivos debieran cambiar su apellido calificativo y sustituirlo por descalificativo.


Una vez más el instinto de depreciación, de sátira, de tendencia a denigrar, muy arraigado en el espíritu popular, desempeña un gran papel en los cambios semánticos. Y en los adjetivos esto tiene un valor fundamental pues, como dicen R. Barthes, ellos son la puerta del lenguaje por donde lo ideológico y lo imaginario penetran en grandes oleadas.


Siempre ha habido una oposición ciudad-campo (equivalente a la polarización centro-periferia o alto-bajo) en la que lo segundo casi siempre se lleva la peor parte. Un insulto tan vivo y expresivo como barriobajero abunda en esta perspectiva. Cuando el campesino llega a la ciudad (donde viven los ciudadanos) o urbe (donde se inventó la urbanidad) es recibido con los  descalificativos de cateto, paleto, palurdo..., en los que hay una fuerte carga despreciadora. Etimológicamente, todo campesino es una persona rústica ya que vive en el campo, que en latín se dice rus, ruris. Pero mira por dónde, se ha perdido el significado de rural como habitante del campo, y ahora rústico equivale a torpe, burdo, mal hecho, grosero. Incluso los que habitan en una pequeña población o villa, a lo más que llegan es a villanos.


En la ciudad siempre hay un listo de turno que quiere timar al panoli. Esta palabra nos ha venido del valenciano y es contracción de pan en oli 'pan con aceite', con la que se designa a la persona simple, ignorante, ingenua, es decir, un campesino. En la ciudad se acuñó el adjetivo tosco como sinónimo de grosero, basto, inculto; procede del latín vulgar tuscus que entre los romanos primero significó 'etrusco, toscano' y luego 'disoluto, desvergonzado, vil' por alusión a la gente baja o libertina que vivía en el Vicus Tuscus o barrio etrusco (equivalente a nuestro barrio chino) de Roma.

Y el medio en el que mejor se desenvuelven las personas horteras es el urbano. Hortera fue primero una especie de escudilla o cazuela de barro, posiblemente del bajo latín offertoria, especie de plato que utilizaban los pordioseros para pedir. En Madrid, de donde procede la acepción actual, se aplicó como apodo a los mancebos de las tiendas, sea porque acarreaban sus mercancías en una artesa de madera, sea como apodo despectivo para esos modestos dependientes. Hoy día es de uso general entre los jóvenes para referirse a las personas con vestimenta o modales pretenciosos y sin elegancia.


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