sábado, 3 de noviembre de 2012

3. El cuerpo humano

Con un humor coincidente, la cabeza humana es en las jergas un coco, una calabaza, una olla y otros símiles; la testa o tiesta ya era en latín el nombre que se daba a un cacharro o tiesto de arcilla cuya redondez y las dos asas a los lados eran y son la viva imagen de nuestra cabeza. Lo que no advierten los diccionarios es que este humorismo creador de términos para nombrar las distintas partes del cuerpo es de todos los tiempos y se puede encontrar en las denominaciones de cualquier parte de nuestro cuerpo.
La nomenclatura anatómica que hoy los médicos se toman en serio fueron bromas iniciales o resultado de la aplicación de nombres de objetos por simple semejanza, como el llamar a un hueso tibia (flauta), a otro pelvis (palangana), a otro peroné (clavija), clavícula (llavecita), omóplato (hoja de espada), músculo (ratoncillo), glándula (bellotita) y amígdala (almendra). Podemos así comprobar una vez más y en nuestras propias carnes cómo el alma poética del pueblo se desborda a la hora de dar nombres a las cosas.
Pero no siempre ha habido necesidad de acudir a la metáfora; a veces, una simple descripción o comparación basta. En este sentido la palabra humano es representativa ya que, lo mismo que hombre, está relacionada con el vocablo latino humus 'tierra'; de ahí que humilde es el que se humilla, hinca sus rodillas en tierra. Es más, si nos remontamos hasta el indoeuropeo, el equivalente al bisabuelo en el árbol genealógico del castellano, volvemos a toparnos con las mismas raíces en las que el ser humano es calificado de 'terrenal' en oposición a los seres celestiales.
Además de humanos somos personas. Pero si hurgamos en el origen de la palabra persona veremos con sorpresa que era una denominación puramente histriónica o teatral. En latín, persona es 'máscara de actor', ya que como en las representaciones sólo actuaban hombres, estos se disfrazaban para interpretar personajes tantos masculinos como femeninos; para ello portaban una máscara abocinada que aumentaba, per sonare 'para sonar', la fuerza de la voz. Así pues, desde el momento en que se es persona, el hombre no es más que un ser disfrazado que representa un papel desde el nacimiento hasta la muerte. Lo que nos distingue del resto de la fauna terrestre es que, por obra de Dios, estamos dotados de alma o ánima. En mi opinión es éste un caso de flagrante contradicción ya que reservamos la denominación de animales para referirnos a aquellos seres vivos con los que compartimos el reino animal pero a los que, supuestamente, el Creador no les dio alma.

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